Jesucristo ha resucitado para, entre otras cosas, que no podamos perderle nunca.
Todos los santos, todos los discípulos, todos los apóstoles de todos los tiempos han tenido esa maravillosa experiencia de encontrar a Cristo y desear no perderlo nunca jamás.
Es la experiencia personal de san Pablo camino de Damasco, cuando pasa de ser perseguidor de Cristo a discípulo, porque se encontró con el resucitado.
Su vida cambió radicalmente porque hubo un hecho histórico, determinado, un día, una hora… que hizo girar su vida 180 grados.
No fueron propósitos, ni un plan detallado, ni nada… fue Jesucristo que en su exquisita misericordia quiso ponerse en el camino del buen Saulo.
Su vida cambió punto por punto: desde su propósito más general al aspecto más minúsculo. Todo Pablo deseaba ser, ahora, solo Cristo.
El encuentro con Cristo tiene consecuencias muy concretas que iluminan nuestra vida más cotidiana.
La fe en el resucitado significa la fe en la eterna y divina compañía de Cristo.
Todo cambia: sal y luz para nuestra vida de cada día.
De otro modo, si la fe no incide en nuestras obras… ¿dónde está el resucitado?
Si realmente viviéramos el sentido la Pascua, seríamos las personas más felices del mundo.
ALELUYA¡ ALELUYA¡ EN VERDAD HA RESUCITADO