Después de la lectura del Evangelio de hoy, que habla sobre la humildad, os invitamos a leer de nuevo esta carta:
Querido Padre:
Después de recibir una carta de Dios para mí y reflexionar sobre su contenido, me animé a responder a tu mensaje.
Encontré una enorme satisfacción con ese dialogo tan figurado con auténticamente reconfortante para el alma. Al mismo tiempo eso me ha hecho descubrir que esta vía de comunicación tan directa puede aflorar más de una reflexión que me gustaría compartir contigo, Señor.
En esta ocasión quiero hablarte de la humildad.
En mi aprendizaje para vivir en cristiano he descubierto que uno de los valores más reconfortantes que nos enseñaste cuando estuviste entre nosotros fue tu humilde comportamiento.
Me ha costado entender el verdadero significado de esta palabra. Principalmente porque siempre lo he querido entender desde un punto de vista humano, como una proyección de las personas hacia su entorno, como una cosa que los demás tenían que notar en mí. Y no es así.
La humildad no consiste en echarnos cubos de basura encima.
No es contestar que cantamos horrible cuando alguien nos dice que cantamos bien, no es restarnos mérito diciendo que era fácil un brillante trabajo o un examen cuando hemos sacado un buen resultado.
Creo, Señor, que ser humilde es sentirse parte de ti.
Sí, resulta algo profundo, pero creo que la humildad es saberse instrumento tuyo. Dejarnos caer en tus manos para que seas tú el que nos dirijas.
Depositar en ti la confianza extrema que supone convertirme en el lápiz con el que traces el dibujo de mi vida y entender qué quieres que haga cuando esos trazos no son lo que yo esperaba.
La humildad es saber escucharte a ti y desoír lo que mi humilde razón humana me está diciendo evocándome a pensamientos resultadistas.
He llegado a esa conclusión, Señor, la clave está en saber escucharte.
En saber esperar a que seas tú el que decida cuándo quieres hablarme.
Intentar que el ruido que hay a mi alrededor no me impida oírte, concentrarme en tu Palabra.
Te pido paciencia, estoy en ello. Recuerda que soy un aprendiz de cristiano.
Una vez que he conseguido aprender que eres tú el que está dibujando, el que maneja este lápiz, he comenzado a adivinar (aunque aún no he llegado a abordar esa lección) que la felicidad es algo que se vive paralelamente a tus acciones y que es una consecuencia de vivir convencido en que tú eres el que dibuja.
He aprendido que cuando permites el sufrimiento cercano, la enfermedad o la tristeza infundada, nos estás diciendo algo que solo si somos humildes podremos entender.
He aprendido a saber que basta con saberse un instrumento en tus manos. En saberse una parte de ti. El resto, lo trazas tú.
Gracias Padre.
Lázaro Hades.
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